8 de febrero de 2010

Parashat Mishpatim



"Éstas son las leyes que tú les expondrás: »Si alguien compra un esclavo hebreo, éste le servirá durante seis años, pero en el séptimo año recobrará su libertad sin pagar nada a cambio. »Si el esclavo llega soltero, soltero se irá. » Si llega casado, su esposa se irá con él. » Si el amo le da mujer al esclavo, como ella es propiedad del amo, serán también del amo los hijos o hijas que el esclavo tenga con ella. Así que el esclavo se irá solo. » Si el esclavo llega a declarar: "Yo no quiero recobrar mi libertad, pues le tengo cariño a mi amo, a mi mujer y a mis hijos”, el amo lo hará comparecer ante los jueces, luego lo llevará a una puerta, o al marco de una puerta, y allí le horadará la oreja con un punzón. Así el esclavo se quedará de por vida con su amo”. (Shemot 21:1-6)
“Y subió Moshé y Aharón, y Nadav y Avihú, y setenta de los ancianos de Israel y vieron al D-os de Israel y debajo de sus pies había como un pavimento de zafiro, semejante en pureza al mismo cielo” (Shemot 24:10)



Es evidente que tras las afirmaciones de este último versículo, hay secretos insondables. Se encuentran en él, cuestiones muy profundas. ¿Habla de los pies de H’?



¿Moshé y los ancianos vieron al D'os de Israel? ¿Acaso no habíamos estudiado en Shemot 33:20, que no es posible ver a H' sin morir como dice: "No podrás ver mi rostro, porque ningún hombre me verá y quedará vivo"? Nadie puede ver la Revelación Divina que lo que está preparado, sólo puede llegar a Él por su fe.  Shimshón Rafael Hirsh1 z”l, se preguntaba ¿quién posee la valentía para intentar dilucidar este versículo? Ibn Ezra sale al paso del problema diciendo que vieron pero en el sueño profético. Rashbam dice que vieron con sus ojos. Jizkuni, siguiendo el Midrash, dice que los ladrillos que tuvieron que confeccionar nuestros antepasados estaban manchados con la sangre de sus pies lastimados por las espinas, los abrojos, ortigas, aguijones y cardos que se encontraban en la capa de materia orgánica muerta entremezclada con tallos vivos que se acumula en la superficie del suelo y que usaban para hacer los ladrillos, incluyendo los restos de la placenta de los embriones que las madres perdían por la dureza del trabajo. Y esos restos estaban bajo los pies donde D-os se posaba, según lo que los ancianos veían en la superficie por sus ojos o sus sueños proféticos.



Unos hacen palacios en este mundo explotando sangrientamente al otro, otros necesitan elevarse para hacer palacios en el mundo venidero que pueda basarse en sus actos. El zafiro estaba allí para que H’ no "pueda" olvidarse lo que hicieron con sus hijos. La placa de zafiro, gritaba su presencia brindando su luz azul para que no haya olvido. Para la construcción del Trono de su Gloria, se usó ese material, el mismo que iba a permitir el grito de “haremos y oiremos” en la recepción de la Torá.



Todo el pueblo se desangraba unido en búsqueda de su objetivo que en Egipto se veía tan lejano. Pero, en las alturas no había olvido. Cuando Moshé, Aharón, Nadav, Avihu y los setenta sabios se acercan al Monte, ven visiones imposibles de concebir. Están envueltos en el espíritu de la profecía. ¿Era un ladrillo que hicieron los esclavos y que fuera llevado al trono? ¿El zafiro contenía la sangre derramada? – como lo expresa Ionatán ben Uziel tal como lo dijo Rashbam? Pero, a partir de la visión, Moshé se aleja y asciende sin compañía. “H’ le dijo a Moshé: «Sube a encontrarte conmigo en el monte, y quédate allí. Voy a darte las tablas con la ley y los mandamientos que he escrito para guiarlos en la vida.»  Moshé subió al monte de D-os, acompañado por su asistente Iehoshúa, pero a los ancianos les dijo: «Esperen aquí hasta que volvamos. Aharón y Jur se quedarán aquí con ustedes. Si alguno tiene un problema, que acuda a ellos.» En cuanto Moshé subió, una nube cubrió el monte, y la gloria de H’ se posó sobre el Sinaí. Seis días la nube cubrió el monte. Al séptimo día, desde el interior de la nube H’ llamó a Moshé. A los ojos de los israelitas, la gloria de H’ en la cumbre del monte parecía un fuego consumidor.  Moshé se internó en la nube y subió al monte, y allí permaneció cuarenta días y cuarenta noches". (Shemot 24:12-18).



La parashá de esta semana, colmada de normas de distinto tipo, comienza con una disposición que, entre tantas, parece casi innecesaria, o por lo menos, intrascendente frente a tanto reglamento, estatuto y ordenanza. Es la del esclavo que llega a declarar que no desea recobrar su libertad, por la causa que desee, aún por el amor, a su mujer y a sus hijos nacidos en el cautiverio, el amo debe hacerle comparecer ante jueces, llevarlo a una puerta, o al marco de una puerta, y allí agujerearle la oreja con un punzón para que pueda quedar dominado, no parece fundamental. Si no quiere liberarse que se quede. No parece que nadie tiene derecho de impedírselo.



Pero...



Nuestros sabios nos dicen que esa oreja que oyó «Yo soy el Señor tu D-os. Te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo”, no tiene derecho de someterse a la esclavitud nuevamente. No puede permitir que nada ni nadie lo haga cautivo. Por eso la Torá inicia la parashá de esta semana marcando la ignominia de llevar la marca de la esclavitud en la oreja.



Pero, me parece que hay otra causa más, y es la que con cada persona que se somete voluntariamente a la esclavitud, aumenta el brillo de la sangre concentrada que se convirtió en el escalón de zafiro ubicado a los pies de la Divinidad, doliente por ese sufrimiento. Como que el sacrificio fue en vano.



La Halajá nos pauta que cuando alguien cae en el servicio divino, no necesita ser cubierto con mortajas, su alma, su sangre se reúne al banquillo de zafiro del sacrificio y de la lucha por la libertad.



Ningún ser humano con vocación de esclavo tiene allí cabida.



Tampoco los que desean ser esclavos de sí mismos. Quienes tienen alma de esclavos terminan esclavizando al otro. Por eso, la Torá nos da esta norma. Para que no olvidemos ni el sufrimiento de quienes debieron luchar en este mundo para ascender al otro ni el de quienes siguen cayendo para que quede claro a todos que «Yo soy el Señor tu D-os. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo"... Ser siervo de D-os impide ser esclavo de otro ser humano. Pese a que tomar la decisión correcta no debería ser problema para nadie, los seres humanos se equivocan, y llevan, en castigo, en forma visible o no, la marca en la oreja. También en nuestros días, tan lejanos del Sinaí, tan cercanos de la esclavitud... Pero, hay otras opciones. La de la libertad de las esclavitudes terrestres y el sometimiento a la Voluntad Celestial por amor, es una de ellas. Evidentemente es la más difícil pero, es la que debemos intentar hasta el cansancio.


Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka

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