Parashat Shemini
CASHRUT E IDENTIDAD
La parashá Shemini, en el Levítico, que nos trae la taxonomía de los productos que podemos ingerir y aquellos que nos son vedados y una larga lista de las conductas que debemos abstenernos de hacer, y las siguientes, nos expresan que si controlamos ciertas actitudes biológicas, que son permisivas para otras naciones, podremos llegar a santificarnos. No todo se puede beber, no todo se puede comer, no todo se puede poseer o hacer. Ser santificados es resultado de una elección personal, que consiste en abstenciones de lo deseado si ello no está permitido específicamente en la ley. La santidad pareciere no ser una característica innata de las personas o de los pueblos sino el resultado de una conducta. Y las conductas especificadas en estos capítulos bíblicos, no tienen una explicación racional de la que derive que son más o menos importantes que otras normas que son fácilmente comprensibles, excepto el deseo de cumplir con los mandatos divinos. Mandamientos que por otro lado no parecerían brindarle a D-os y a las personas, nada especial excepto el poder pasar la prueba que nos presenta en sus fuertes palabras el profeta Zacarías (13:9) “Pero a esa parte restante la pasaré por el fuego; la refinaré como se refina la plata, la probaré como se prueba el oro. Entonces ellos me invocarán y yo les responderé. Yo diré: Ellos son mi pueblo, y ellos dirán: El Señor es nuestro D-os.”
A lo largo de la historia judía una de los marcos de referencia y de pertenencia que se mantuvieron incólumes con el tiempo fue el de la mesa, de los manjares permitidos y prohibidos. Alimentos que también sirvieron para mantener al pueblo unido y para reconocerse cuando otros elementos dejaban de cumplir con sus funciones.
La prohibición sobre la ingesta del cerdo, si bien no es castigada de manera más severa que muchas de las prohibiciones expresadas en la Torá ha adquirido en el transcurso de la historia un significativo mayor, casi un sinónimo de lo que está dentro y fuera del judaísmo. Un motivo emblemático, representativo interna y externamente. Quien encendía un cigarrillo en Shabat, públicamente proclamaba, queriéndolo o no, que se apartaba del camino normativo. Quien en nuestros días se sirve carne de puerco, expresa que desea retirarse de la sociedad judía, que se siente excluido y que no le importa que así sea. Ante la posibilidad de elegir entre una vida de pureza, opta por la impureza, y abandona la posibilidad de optar por la santidad de la vida. El mensaje bíblico es más que claro. Y aparece en Vaikra 20 y en Vaikra 11: “Yo soy el Señor su D-os, que los he distinguido entre las demás naciones. Por consiguiente, también ustedes deben distinguir entre los animales puros y los impuros, y entre las aves puras y las impuras. No se hagan detestables ustedes mismos por causa de animales, de aves o de cualquier alimaña que se arrastra por el suelo, pues yo se los he señalado como impuros. Sean ustedes santos, porque yo, el Señor, soy santo, y los he distinguido entre las demás naciones, para que sean míos”, lo dice con toda la claridad. La declaración del profeta Ezequiel (4:14): “Entonces exclamé: « ¡No, Señor mi D-os! ¡Yo jamás me he contaminado con nada! Desde mi niñez y hasta el día de hoy, jamás he comido carne de ningún animal que se haya encontrado muerto, o que haya sido despedazado por las fieras. ¡Por mi boca no ha entrado ningún tipo de carne impura!», nos ubica claramente en la disyuntiva entre pureza e impureza. A su vez, el profeta Isaías (65:3-5), se queja de Israel, dice: “Es un pueblo que en mi propia cara constantemente me provoca; que ofrece sacrificios en los jardines y quema incienso en los altares; que se sienta entre los sepulcros y pasa la noche en vigilias secretas; que come carne de cerdo, y en sus ollas cocina caldo impuro; que dice: ¡Manténganse alejados! ¡No se me acerquen! ¡Soy demasiado sagrado para ustedes!”
Cuando hace apenas días salimos de la epopeya del éxodo de Egipto, y cuidamos nuestras mesas de productos prohibidos, tenemos una nueva oportunidad de santificar nuestras mesas y por su intermedio ser parte del pueblo sagrado y puro.
“El Señor ordenó a Moisés y a Aarón que les dijeran a los israelitas: ‘De todas las bestias que hay en tierra, éstos son los animales que ustedes podrán comer’” Levítico 11:1-2. La prescripción acerca de los animales que no deben ser ingeridos comienza con la enumeración de los permitidos. Es un aviso que pese a que pareciera que lo ideal es que los humanos se abstengan de la ingesta de todo animal, en este tiempo ello parece casi imposible para la mayoría de los humanos por lo que la Torá nos brinda una lista limitada de aquellos permitidos. El mensaje debería entenderse así: “si no pueden abstenerse de comer animales, por lo menos, contrólense y coman únicamente los de esta lista”. Los otros son prohibidos.
Y cuando en la Parashá aparece la lista de los prohibidos, el más repulsivo en la tradición judía, el más odioso, abominable, y repugnante es sin duda el puerco, sobre el cual leemos en Devarim: “Y el cerdo, porque tiene pezuña hendida, mas no rumia; les será inmundo. De su carne no comerán ni tocarán sus cadáveres” (Deuteronomio 14:8). No era necesario recalcar que tiene pezuña hendida. Su inmundicia parece así estar relacionada con esa característica aparentemente buena.
Con los años, comer o no, carne de cerdo pasó a marcar a la mesa judía, al extremo que había quedado más que claro que en la que se posaba algún plato que contenía restos de ese animal, los judíos no eran bienvenidos y cuando lo eran no iban a presentarse a ese espacio. Con la asimilación, esa diferencia fue desdibujada, pero también ahora es más que claro que quien insume puerco, se aparta del cumplimiento de todas las mitzvot, aún si hay normas más categóricas que la prohibición de consumir a ese animal.
Mi rosh hayeshiva de bendita memoria, solía decirnos que el cerdo es un animal sabroso que no debemos comer, únicamente porque la Torá así lo establece y no porque culturalmente aprendimos a tenerle asco. Muchos años después, entendí que su postura provenía de la tendencia de evitar unir esa (y otras prohibiciones) únicamente a motivos afectivos o racionales. La norma es la norma y hay que cumplirla, no porque específicamente el cerdo goza de la triste suerte de darnos asco o de provocarnos aversión. “Dijo Rabí Eleazar ben Azaria, ¿de dónde aprendemos que las personas no deben decir ‘es imposible ingerir cerdo, es imposible vestir kilaim- prendas de lino y lana, es imposible mantener relaciones incestuosas?, pero ello es posible, pero ¿qué haré si el Padre Celestial me lo ha decretado así?, para decirnos: “Les separaré de las naciones para que sean míos” – de allí aprendemos que quién se aparta del pecado, acepta el yugo divino” (Yalkut Simón Kedoshim).
Ese aborrecimiento quizás se deba a que ese cuadrúpedo nos crea confusión entre los animales puros e impuros porque tiene la pezuña partida que pone por delante gritando que está en el bando de los buenos. Que es decente. Que tiene una característica definida por la Ley como positiva. Sin embargo, ocultamente, no es rumiante y ello no se ve, lo que hace que sea prohibida. Esa quizás sea una de las causas que nos provocan repugnancia. Los otros animales enumerados que son rumiantes pero cuyas pezuñas no están hendidas, no nos molestan tanto. No quieren presumir de santos ni de puros. Son lo que son y así se presentan, aunque tengan características buenas, no las muestran como diciendo que al no cumplir con uno de los requisitos quedan afuera. Pero la presencia del cerdo intenta confundirnos. Los marranos del siglo XV recibieron ese nombre porque comían puerco públicamente para no ser sospechados de cumplir con los mandamientos de la Torá y los judíos de las islas Baleares eran llamados chuecas - personas que consumen puerco -, palabras que adquirieron con el tiempo un significado ampliamente peyorativo.
El puerco nos es repugnante, quizás porque intenta hacerse pasar por otro.
El Talmud llama al cerdo “davar ajer”, en Shabat 129b, y compara a los criadores de cerdo con los usureros en Brajot 55 a.
Cuando rabenu Bajaye ibn Pakuda, en su interpretación a la Torá nos presenta una tradición popular según la cual en el futuro venidero, se autorizará que los judíos coman puerco, basándose en el Midrash, que nos dice ¿qué significa “H’ matir asurim”? – hay quienes dicen que todo animal que fue considerado impuro en este mundo, será purificado por el Santo Bendito en el futuro… ¿Entonces, por qué fue prohibido? – Para que Vea quien respeta sus palabras y quien no las acepta, y en el Futuro Venidero, permitirá todo lo que prohibiera”. Aunque este Midrash no habla específicamente del cerdo, sino de todos los alimentos prohibidos, puede que se refiera también a él, porque representa a todo lo prohibido (1). Hay quienes eligen, como lo dice el profeta Isaías (65:4) sentarse “en los sepulcros y pasar la noche en las grutas, comer carne de cerdo y poner en sus platos un caldo inmundo”, y hay quienes prefieren elegir la abstención y tratar de llegar a la Santidad.
Cada uno elige lo que puede. Cada uno elige lo que quiere.
Shabat Shalom, desde Sion,
Rab. Yerahmiel Barylka
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