Parashat Vaieji
Rabino Yerahmiel Barylka
Se nos está acabando el libro de Bereshit y no es fácil despedirnos de quien nos llenó de emociones todas las semanas y nos acompañó desde Simjat Torá, brindándonos la odisea de nuestros patriarcas. El Libro nos brinda enseñanzas invalorables sobre nosotros mismos ya que, lo queramos o no, somos un reflejo de nuestros padres y con sus historias nos educamos desde pequeña edad.
Nuestra parashá llama Vaieji, pese a que, (o, porque), nos habla de la muerte de Iaacov y de Iosef. Ya habíamos hablado de los justos que, aunque nos dejen, siguen considerándose como parte del mundo de los vivientes. Ello no evita el dolor que sentimos por las pérdidas irreparables, sufrimiento que crece con la desaparición de los piadosos y misericordiosos.
Durante todas estas semanas aprendimos de sus vidas. En ésta, también de sus muertes. Iaacov y Iosef saben prever y enseñar a sus descendientes. Entienden que el ser humano no es eterno y son conscientes del papel que les reservará la historia familiar, que ellos sabían desde Abraham que también sería nacional.
Por eso, Padre e hijo, ordenan que sus restos no queden enterrados en Egipto. Padre hace jurar a Iosef como leemos: "Cuando Israel estaba a punto de morir, mandó llamar a su hijo Iosef y le dijo: —Si de veras me quieres, pon tu mano debajo de mi muslo y prométeme amor y lealtad. ¡Por favor, no me entierres en Egipto!" (47:29) y Iosef indica a sus hijos bajo juramento: "Les dijo: «Sin duda D-os vendrá a ayudarlos. Cuando esto ocurra, ustedes deberán llevarse de aquí mis huesos.» (50:25). Los últimos versículos de la última parashá nos documentan la procesión en la cual, Iosef y su familia, los siervos de Faraón y los ancianos de Egipto, acompañan a Iaacov a su sepultura en la cueva ubicada en Hevrón, en Canaán, frente a los ojos de todo el pueblo egipcio. "Entonces Iosef subió para sepultar a su padre; y subieron con él todos los siervos de Faraón, los ancianos de su casa y todos los ancianos de la tierra de Egipto, toda la casa de Iosef, sus hermanos y la casa de su padre; solamente dejaron en la tierra de Goshen a sus niños, sus ovejas y sus vacas. Subieron también con él carros y gente de a caballo, y se hizo un escuadrón muy grande. Llegaron hasta la era de Atad, al otro lado del Jordán, y lloraron e hicieron grande y muy triste lamentación. Allí Iosef hizo duelo por su padre durante siete días. Al ver los habitantes de la tierra, los cananeos, el llanto en la era de Atad, dijeron: «Llanto grande es este de los egipcios». Por eso, a aquel lugar que está al otro lado del Jordán se le llamó Abel-Mitzraim. Sus hijos, pues, hicieron con él según les había mandado, pues sus hijos lo llevaron a la tierra de Canaán y lo sepultaron en la cueva del campo de Majpela, la que había comprado Abraham de manos de Efrón, el heteo, junto con el mismo campo, para heredad de sepultura, al oriente de Mamre. Después que lo hubo sepultado, regresó Iosef a Egipto, él, sus hermanos y todos los que subieron con él a sepultar a su padre" (50:7-14).
Najmánides ya nos enseñó que "las acciones de los padres son señales para los hijos", -lo que sucede a las raíces influye en el crecimiento de los retoños-, en las que vemos una enseñanza.
Estamos frente al inicio de un largo destierro, de una etapa de ajenidad. Un pueblo nace fuera de su lar y sus hijos descienden en todas las categorías de la impureza, al grado que, como lo señala nuestro contemporáneo, el rabino y escritor Jaim Sabato, citando a Ezequiel, que no es posible distinguir entre ellos y los locales: "En aquel día, con la mano en alto les juré que los sacaría de Egipto y los llevaría a una tierra que yo mismo había explorado. Es una tierra donde abundan la leche y la miel, ¡la más hermosa de todas! A cada uno de ellos le ordené que arrojara sus ídolos detestables, con los que estaba obsesionado, y que no se contaminara con los malolientes ídolos de Egipto; porque yo soy H' su D-os. Sin embargo, ellos se rebelaron contra mí, y me desobedecieron. No arrojaron los ídolos con que estaban obsesionados, ni abandonaron los ídolos de Egipto. Por eso, cuando estaban en Egipto, pensé agotar mi furor y descargar mi ira sobre ellos. Pero decidí actuar en honor a mi nombre, para que no fuera profanado ante las naciones entre las cuales vivían los hijos de Israel. Porque al sacar a los israelitas de Egipto yo me di a conocer a ellos en presencia de las naciones". (Ezequiel 20:6-9).
El profeta nos revela lo que el próximo libro Shemot, no nos dice tan despiadadamente: Que nuestros antepasados en el exilio egipcio estaban obsesionados por los ídolos detestables, eran rebeldes y desobedientes. Y que parte de las plagas se aplicaron también sobre ellos, pero que finalmente prevaleció la compasión sobre ellos y la ira por su inconducta se frenó.
Por ello, Iaacov necesita que saquen sus restos de la tierra de Egipto. Para enseñar a sus hijos que su permanencia allí es provisional. Para que también los residentes de Egipto comprendan en el dolor del duelo la unión de los hijos con el Padre, al que deberán seguir saliendo del pozo en el que estaban hundidos. No ser sepultado por esos hijos en tierra ajena, es demostrarles el desacuerdo con sus conductas. Ese también es el legado de Iosef que citamos. El sabía que: «Sin duda D-os vendrá a ayudarles”. Por eso, “cuando esto ocurra, ustedes deberán llevarse de aquí mis huesos.» (50:24-25). Hay en este mensaje una promesa de redención, que no es nuevo, que no es producto de un descubrimiento de Iosef ni de una revelación personal, sino que se basa en la continuidad de la promesa de H' a Abraham, Itzjak y Iaacov. Moshé el legislador, será quien transportará los restos de Iosef marcando que los Mandamientos no fueron dados en el vacío. Hay una línea de continuidad. Ese es nuestro pueblo. Por ello, Bereshit nos es tan valioso. Es nuestra Memoria. Es la memoria del pasado la que permite la redención del futuro. No hay redención fuera del pacto.
Iaacov y Iosef se proponen grabar esa historia en sus descendientes después de sus muertes, porque saben que esa será la relación que los unirá al Pacto.
Comenzamos con la orden dada a Abraham de dejar su tierra, su patria, la casa de su padre para dirigirse a una tierra que le será mostrada y nos despedimos no con el ingreso al exilio, sino en la marcha a la Tierra de Israel regresando a la tumba de los Patriarcas. Al lugar de la familia. Por ello, el exilio es provisorio, no es una condición definitiva. Hay un regreso. Si no se puede en vida, como sucedió durante tantos y tan largos períodos, que sea después de ella, como tantos pidieron imitando a Iaacov y a Iosef.
El regreso a la Tierra, unido a la memoria, es el mensaje de redención con el cual se clausura la parashá y todo Bereshit.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
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