La Torá no está en los cielos
“Y dijo el Eterno a Moisés: Sube hacia Mí al monte, y estate allí y te daré las Tablas de Piedra y la Torá y los mandamientos que he escrito, para que los enseñes”.
Éxodo 24:12
La Torá, el tesoro oculto que poseía el Santo Bendito en propiedad absoluta, es entregada en la acción que recordamos en Shavuot a los hijos de Abraham, Itzjak y Iaakov. Los tres nacidos de hombres y mujeres de carne y hueso. La Torá sale a la luz y es presentada al hombre.
¿Es posible concebir que ese tesoro pueda, sin que se menoscabe en el camino, ser comprendido, aceptado, leído, interpretado, llevado y cumplido por seres humanos?
¿Su verdad puede tener la misma vigencia que la que tenía en manos del Omnipotente? ¿O, acaso hablamos de dos verdades ubicadas en círculos que no pueden encontrarse? ¿Es la Torá el instrumento de comunicación entre estas esas esferas tan disímiles? ¿Cuál es el código que se puede usar para dilucidar sus misterios? ¿Habrá que recurrir siempre a la fuente profética para continuar con su dinámica?
La fuente de la Torá es la Revelación divina, como leemos en Éxodo 20:22: “Y dijo el Eterno a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: ustedes vieron que Yo he hablado con ustedes desde los cielos”, y como leemos en Deuteronomio (4:35-36): “A ti te fue mostrado esto para que supieses que el Eterno, El es D’s, y no hay otro fuera de El. Desde los cielos te hizo oír su voz para enseñarte, y sobre la tierra te hizo ver su gran fuego, y sus palabras has oído de en medio del fuego”.
Cuando Moshé, el legislador no conocía la Halajá, la norma aplicable, podía dirigirse directamente a D’s y pedirle Su respuesta. Moshé como alumno fiel y maestro sin par, no vaciló en consultar ni cuando tuvo que resolver el problema planteado por las hijas de Tzlofjad, o cuando fue sorprendido con la conducta de los hacheros, ni cuando tuvo que traer al pueblo la posibilidad de festejar Pesaj por segunda vez. Allí residía su grandeza. No presumía saber todo. No enseñaba improvisando. Pero, después de su muerte, el contacto directo con la divinidad para la interpretación de las normas simplemente quedó segado.
A partir de ese instante, la elucidación de la regla quedó en manos de los seres humanos. Seres de carne y hueso. De pasiones. Débiles. Interesados. Que cuando deben decidir tienen antes sí la búsqueda ideal de la verdad, pero, también a sus propios intereses y sentimientos.
El Talmud en Temurá 16a nos dice en nombre de Rabí Iehuda citando a Shmuel: “Tres mil estatutos fueron olvidados durante el duelo de Moshé…” y nos relata un vívido diálogo entre los sabios que al oír el pedido de “Preguntar”, contestaban que la respuesta “No está en los cielos”.
La muerte de Moshé finalizó la intercesión entre los humanos y lo divino.
A partir de ese momento, los humanos deben enfrentarse solos y con sus limitados medios cognitivos y filosóficos a la verdad y brindarle definiciones y nuevas lecturas.
El Talmud, en Baba Metziá 59b nos trae un dramático relato cuyo actor principal es rabí Eliezer ben Horcanús, quien magistralmente respondió todas las preguntas seguro de su verdad, pero las mismas fueron rechazadas. Eliezer entonces decidió traer en su apoyo, hechos de la naturaleza que obligatoriamente debían producirse por intervención divina. Pero, igualmente su opinión fue contradicha. Incluso cuando la voz celestial que le daba la razón, fue refutada por rabí Iehoshúa quien se levantó para afirmar “no está en los cielos”, y rabí Irmiáh afirmó: “La Torá ya fue entregada en el monte Sinaí, por ello no seguimos las voces celestiales, porque está escrito en Exodo 23:2: “… hay que inclinarse ante la mayoría”.
La mayoría humana decide. Ya no más la voz celestial.
La Halajá es fijada por los humanos, en su desarrollo maravilloso de la Torá Oral con sus reglas de hermenéutica.
En el antes citado fragmento talmúdico, aparece también el profeta Eliahu quien pone en boca de D’s la confirmación de la idea cuando expresa: ‘Mi hijo me ha derrotado’. La opinión de mi hijo, humano, cuando es mayoría es la que decide y no la celestial. Ahora las decisiones están en otro terreno y al Padre no le resulta tan difícil aceptar que sus hijos lo derrotan cuando siguen las reglas fijadas por El.
Cuando comencemos los festejos de la Fiesta de las Semanas que es también el Día de la Entrega de la Torá, nos colocaremos en la posición de nuestros antepasados a los pies del Sinaí preparados para recibir el obsequio de la Ley Celestial. Allí en ese momento sabremos que Moshé también recibió la Torá Oral y la fue transfiriendo a sus alumnos por las generaciones hasta nuestros días.
Esa humanización de la Ley, no es un regalo sin compromiso. Es una obligación para todo quien desee ubicarse en el momento de la recepción.
Debe estudiar las dos.
Debe entenderlas. Ninguna tiene supremacía sobre la otra, desde el momento que ambas, ahora, están en poder de la persona que las estudia y que las cumple. A través de ellas llegaremos a la Verdad Divina, aportando la verdad humana.
Y cuando se produzca el conflicto entre quienes dicen ser portadores de la Palabra y sus únicos propietarios, recordaremos a Eliahu cuando llega y reconoce que desde la muerte de Moshé, la interpretación está en manos exclusivas de los hijos de Abraham, de Itzjak y de Iaacov, con todos sus defectos pero con toda su grandeza.
Así leemos en Deuteronomio 30:11-14: “Porque este mandamiento que te ordeno hoy no te es encubierto ni está lejos de ti; no está en los cielos para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y nos lo traerá, y nos hará oírlo para que lo cumplamos. Ni está más allá del mar para que digas: ¿Quién pasará por nosotros al otro lado del mar y nos lo traerá, y nos hará oírlo para que lo cumplamos? Sino que la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la pongas por obra.
Jag shavuot sameaj,
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